“Que no te afecte, no permitas que lo que te ha dicho esa vieja te afecte, María Julia tu eres mas dura que eso”. – Piensa María Julia mientras se mira al espejo luego de no poder dormir en toda la noche. Noche porteña que tan sumisa y enamorada puede ser, una pequeña caricia por el lomo que se mueve dulcemente entre la capa delgada del viento y el susurro de amor, ese que Marcos suavemente al oído te disparó cuando salieron de ese boliche pequeño en Palermo Hollywood que tanto te gusta, ese que te recuerda a ese barcito retro escondido en las Mercedes, que pocos caraqueños conocían, y era eso lo que lo convertía en un gran tesoro para ti, María Julia. Solo sonreíste, le cogiste de la mano y caminaron perdidos hasta el amanecer. Pero, pero, siempre hay uno, perdónenme si empiezo una nueva oración con un pero, necesito continuar la idea incompatible como lo es la noche porteña calurosa, y llena de dudas e inseguridades, una vez puede ver un fantasma escondido en las cortinas de la noche porteña, era un espectro flaco y blanco, su cara alargada con mirada siniestra, se parecía al White Duke, pero estoy seguro que era un político o un burocrático de 1885, uno de esos malditos que apoyaron la campaña del desierto para exterminar a los indígenas argentinos. María Julia, daba vueltas en la cama, el calor era como unas manos que tomaban sus piernas para jalarla hacia recuerdos que no la dejaban dormir. 

Santa Rosa de Lima, calle C. Pequeño apartamento oscuro pero que con la luz de la media tarde entrando por la sala de estar construía una atmósfera retro como si se tratará de un apartamento caraqueño de los 70s, cuando Raúl Leoni era presidente y Venezuela no estaba en la mierda. Un estante con una colección de vinilos de música tropical que ponía cuando estaba alegre o había visitas, sacando a bailar algún invitado, a María Julia le encantaba sacarme a bailar porque yo no sé bailar un carajo, ella y el resto de los presentes se estortillaban de las risas, decía entre risas “coño mírame la cintura, mira como la muevo, sigue el ritmo” pero yo no era capaz de hacer eso, sigo sin poder bailar, soy como un esqueleto disecado que con un brusco movimiento se puede romper. En la cocina había adornos de utensilios color cobre, regalos de su madre cuando se mudó, como también alguno que otro mazinger Z estratégicamente colocados, esos eran de Pablo, cuando se fue al enterarse que María Julia estaba embarazada no se los llevó, ella pensó en algún momento en tirarlos pero se arrepintió y pensó “a la mierda, me encantan estos mazinger Z, que se joda ese mamaguevo”. Fue en uno de los 2 cuartos del apartamento en donde le dijo a Pablo que estaba embarazada, sentada en la cama mirándole la cara “estoy embarazada Pablo”, esa noticia le cayó como un balde de agua fría, se puso pálido y empezó a caminar en pequeños círculos, dos pasos al frente, media vuelta del torso luego las piernas para dar dos pasos más y repetir y repetir y repetir (María Julia en silencio lo miraba) hasta frenar en seco con la mano en la cabeza rascándose el cabello y preguntar con una voz temblorosa “¿Que vamos a hacer Mari?”, María Julia se levantó bruscamente y alzando la voz le dijo a 15 cm de su cara “como que que vamos a hacer, Pablo, vamos a tener a este bebe”, “coño María Julia, con qué dinero vamos a mantener a ese bebe no joda, si con mi sueldo de músico y tu sueldo de diseñadora apenas nos da para comer”, “No me interesa el dinero, ya veremos” dijo María Julia dándose la vuelta para dirigirse a la cocina. Luego de dos noches, Pablo se fue para no volver, sin despedida ni nada, un día un amigo de María Julia le dijo que un amigo había visto a Pablo en Valencia, luego mas nunca supo de él. Pablo se deshizo lentamente, como si la lava del tiempo lo cubriera sin gritar, pero anoche, la noche calurosa porteña lo trajo de vuelta, como también esa nostalgia de la cueva, como los amigos de María Julia llamaban al apartamento de Santa Rosa de Lima. 

Dejar todo atrás, ¿Qué fácil suena no? Empezar una nueva vida desde cero, sin trabajo, con un colchón delgado de dinero que no te permite maniobrar, trazar una meta sin fallar, centenares de trámites, papeles por aquí papeles por allá, oficinas burocráticas llenas de personas sin almas que para ellas solo eres un número, un estorbo, no ven un ser humano, no, ven menos que eso, mendigar para trabajar, migración descontrolada venezolana, “no vengan más” se escucha una voz lejana en algún autobús o metro que recorre la ciudad, años sin ver a familiares, encontrar alguien que te alquile donde vivir, y se hace más difícil cuando eres venezolana, nunca me imaginé que iba a ser tratada como una refugiada, maldigo mil veces a ese puñado de hombres que destruyeron mi país, si lo maldigo tía Gladys, a pesar que digas que no se debe maldecir porque se devuelve, malditos malditos malditos malditos, y que nadie me venga a hablar bien de la izquierda o del comunismo o de cuba o del che o de fidel, hijos de puta los maldigo a todos, malditos, malditos, maldito el día en que nacieron, váyanse todos a Venezuela para que sepan que es la izquierda, el socialismo, la igualdad, clarooooooooooo igualdad pero la igualdad de todos en la mierda, hijos de puta, y ellos arriba full billete verde, malditos, y maldito Marcos, cheto de mierda que no me volviste a llamar, me cogiste y desapareciste. 

“Mamá vamos tarde, ¿en qué piensas?” – le dice Sofi desde la puerta del cuarto a María Julia que sigue mirándose en el espejo.

María Julia piensa – En lo que le dijo la vieja que cuida, “No vengas a dejar tu descendencia negra por acá”, pero solo le respondió “sí vamos, que se hace tarde”. 

Escrito por

Arturo Izaguirre